viernes, 22 de febrero de 2019

Café Manuela [adolescencia, entonces]




Al igual que las sombras
de las cosas pequeñas, de los grandes
vegetales que en todo firmemente se arraigan
sucumben devoradas por la noche,
digeridas en una inquebrantable igualdad,
así aquel tiempo en que
un sentimiento largo nos llenaba de luz,
nos empujaba
más allá del escollo de los dientes,
de cabeza
al mar de lo ya dicho,
de las blandas medusas
del arrepentimiento,
así aquel tiempo en que
delante de nosotros estábamos nosotros
buscando en la amalgama del oído
la comprensión del aire que exhalábamos,
ese momento único que tanto repetimos
se transformó en después,
se diluyó en los jugos de un tiempo aún mayor,
preñado del silencio del acecho.

Queda siempre el lugar, los terciopelos
y las lámparas tibias que traen paz a los rostros,
descuidados jardines
de quien ya no consigue
hablar de lo que espera,
sino de todo cuanto ha dejado de esperar,
lo que no tuvo tiempo de perder.
El escenario sigue,
y el café con sus humos,
pero bajo la bóveda del cráneo
quedan sólo los fríos parpadeos
de estrellas no se sabe
hace cuánto olvidadas.



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