domingo, 3 de marzo de 2019

aire





Substancia misma de nuestra libertad,
en ti dejamos todas las palabras
y todas las miradas desnortadas,
todos los beneficios
del cierre más o menos permanente
de libertades varias
y todos los «perdón»
que nos toca decir y mascullamos
a lo largo de toda nuestra vida
y también —todavía—
rechazos y reclamos
que ni uno de tantos escuchó.


Alivias la solana,
transportas las semillas del invierno
hasta el siroco ardiente del desierto
a través de caminos intangibles,
de brisas y ciclones
que traen las amenazas
de nuestros enemigos
y les llevan las nuestras,
como se ha repetido
desde siempre en la historia
de las guerras civiles entre erizos.


Arrancas los sarmientos del pasado
y decides la suerte de los pájaros,
                           si vuelan

                                   o


                                   si



                                   caen,
si se llena la tierra de cenizas
del volcán lujurioso y enfermizo
o les tapan el sol a los corales
como una afrodita de agüero más que pésimo,
                      si las alas abiertas
     encontrarán soporte
en su largo viaje,
al tiempo que devuelves
sus vidas a los cuerpos
en el ciclo infinito
que a veces desemboca en el nirvana
o en un solo de Coltrane
y pasa diez mil veces
por el silencio calmo
de quien busca las huellas de tu paso
en un círculo cúbico
de menhires volantes
transparentes y cárnicos y cármicos.


Y te siento perenne entre los dientes
cuando espero, fumando,
a ver si me entran ganas de volver a querer,
de solidificarme, y me pregunto
de dónde viene toda esta corriente,
esta fuerza fluida
que deshace mis humos
y ventila la casa —que no es mía
y no lo será nunca,
porque parte de mí
está hecha de ti,
un nómada que no da más de sí—,
me la ensancha a ojos vista,
llenándola de posibilidades,
de ese factor finísimo
que se quiere invisible
y es sólo refractante, como tú,
que estás pensado para navegarte
a escondidas del agua
cuando te da por compartir secretos
como la ligereza
y el horizonte,                 porque




             significas espacio
              para el oído vivo
que escucha los galopes de la acción
y camino seguro para el humo
de los cuerpos difuntos, escoltado
por tus suaves corrientes,
que acompañan también
las vueltas de los cuervos
en torno a cada fuente de la muerte,
que aprendió de tu ejemplo
a darnos caza sin importar resguardos
—y eres mejor maestro que Quirón.


Tomas todas las formas
y te reencarnas a través de todos
tus sacerdotes, píos o crueles,
por medio de las hojas, los pulmones,
los sistemas de acondicionamiento
de trenes y edificios,
las puertas entreabiertas,
los temblorosos tubos
de escape y chimeneas industriales,
las hogueras de libros.


Vaso comunicante de la vida,
de migraciones llenas de esperanza
para los rezagados
que se quedan en tierra y ven pasar
las formas caprichosas
de las bandadas libres y livianas
en marcha hacia un mañana de los héroes
más cálido y benéfico
que proteja los sueños
de los que nunca hacen
con la vaga promesa
que a veces nos sugieres
cuando reposas, cubres con tu manto
los cuerpos y sus sueños,
nos hueles a descanso y ligereza,
y cuando te calientas o te enfrías
te excitas y te llevas
el mundo por delante,
rasgándole las velas, sometiéndolo
a las bajas pasiones y presiones
de los niños de Eolo,
tu amante presocrático,
que se te arremolinan
con rítmicas fractales
en torno a tu ojo calmo y pensativo,
que nos recuerda que
la profunda verdad de cada superficie
es camino trillado para ti,
que potencias la vida y nos la elevas
hasta la estratosfera y el nirvana
de vacío y estrellas, de nada y explosiones
que sueltan vida como
metralla de la muerte,
con el deseo último
y el último abandono de tu cuerpo
en esa hiperatmósfera
mucho más transcendente que platónica,
al tiempo que inmanente directriz
del ciclo que decae y vuelve a hincharse,
a llenarse de ti y de tu guía,
de tu ingenuo profeta, el corazón,
que simplemente va
por ahí, murmurando
por esos callejones
que hay entre las costillas,
diciendo solamente «vive, vive,
vive, vive {respira}, vive, vive»,
y tu ausencia te otorga gran presencia
en nuestras pesadillas cotidianas
de bronquios rellenados como un pavo
con hormigón armado, pesados como el hado
del ripio contumaz y testarado,
y despertamos siempre devorándote
a puras bocanadas.


Y aquí ya vuelvo a hablar
de que entras y sales
porque entras y sales sin descanso,
sin consciencia ninguna
del peligro que corre el ser consciente
de no ser muy consciente de qué es
por todo lo que siempre aspira a ser
mientras aspira el tufo que te llena
aquí, en el vertedero,,,
que llevas sin descanso
a cada recoveco del planeta,
cada grieta, cada caverna mística
—con o sin su pitágoras.


Tú eres la geometría simultánea
del caos aparente en todo el mundo,
límite entre los cuerpos…  o, mejor,
terreno fronterizo y florecido
entre masa y espíritu
y mente metastásica,
eléctrica y estética y extática
metamateria en flujo, como tú,
detalle del destino,
destino del detalle de los gestos
y las palabras, que están hechos de ti.


Principio impuro, mestizo, barato
—basta hinchar los pulmones,
si es que la polución
no ha hecho aún su efecto—,
te ofreces toda a todos los que quieran
ofrecerse a la vida, no rehuirla
con ataques de panicoceguera
destinados al bulbo más raquítico
de la fatalidad congestionada
que olvida respirarte y respetarte
y dar gracias {inspira} y gracias {inspira} y más gracias {inspira}.




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